Solo una pequeña pincelada de las iglesias –algunas de las tantas iglesias—y de los palacios principales de la ciudad. Si tenéis oportunidad no dejéis de visitarlos. No voy a dar una clase de arte, ni mucho menos. Primero, porque no tengo, ni de lejos, los conocimientos necesarios para ello; segundo, porque si lo que queréis es conocer las características artísticas de los lugares que voy a comentar hay mil sitios mejor que éste, que digo mil… mil millones; y tercero, porque solo pretendo transmitiros mi sensación, lo que yo conozco, lo que yo he vivido y sentido cuando de niño y de joven pasaba junto a esas piedras, frías y secas, como las gentes que las habitan; serias y honradas, sin más pretensiones, como los que junto a ellas aprendimos a crecer.
Iglesia de san Vicente.
Románico de transición al gótico.
Sin duda mi lugar preferido de Ávila; más que la Catedral o que, desde luego, la iglesia de La Santa, ésta mucho más turística por ubicarse en el lugar donde estaba la casa natal de santa Teresa, pero, desde luego, sin comparación desde el punto de vista artístico. San Vicente es una iglesia impresionante, austera y colosal, al mismo tiempo. Llena de armonía. Para estudiarla también es perfecta: planta de cruz latina, tres naves, bóveda de aristas… Tiene un pórtico precioso, románico puro, del mismo estilo que el pórtico de la Gloria, en Santiago de Compostela. Es una pena que algunas, por no decir que todas, de las figuras estén bastante deterioradas. Dentro de la iglesia, cerca del altar, está el sepulcro –cenotafio-- de los santos y mártires, Vicente, Sabina y Cristeta (yo no conozco mucho la historia, pero parece que fueron mártires de la época de las persecuciones romanas a los cristianos (ya sabéis, antes de Hipatia…) Hace poco tiempo han restaurado la obra y ahora aparece precioso con toda su policromía. Aunque no seáis católicos, si tenéis oportunidad de oír una misa mañanera, lejos de los turistas, a las 8, ya no sé si la dirán… contemplad la bóveda y las columnas y el retablo barroco, mientas se oye al cura murmurar sin llegar a entender bien sus palabras. Es un espectáculo, con todo respeto, desde luego.
Santo Tomás.
Es un monasterio de dominicos. Pocos turistas lo visitan y es de lo mejor de la ciudad. Está un tano alejado del centro, pero en coche son cinco minutos y andando poco más. No os lo perdáis. Los reyes católicos se quedaban en él cuando estaban en Ávila; uno de los claustros –que debéis admirar— lleva su nombre. Hay que pagar para poder visitar los claustros (también hay un museo de cosas orientales, de las expediciones de los domínicos a Filipinas, pero no merece tanto la pena) y no os perdáis el coro de la iglesia, se accede desde uno de los claustros. La próxima vez que vaya me fijaré en los asientos, a ver si tienen misericordias. Imprescindible el sepulcro donde está enterrado el hijo de los reyes católicos, justo detrás de altar; si no hay misa podéis verlo con tranquilidad y a la iglesia se accede sin pagar.
La Catedral.
Es gótica, y sobre todo defensiva. Aunque se inició en el románico. El ábside forma parte de la muralla. Si os fijáis en la entrada situada a los pies de la planta, veréis que solo tiene una torre; siempre oí decir que se quedaron sin dinero para terminar la otra. Hay que pagar por entrar a ver el claustro –precioso— y las naves interiores. El coro vale la pena y el retablo es de Berruguete, creo que del renacimiento, es muy interesante. Desde la cabecera de la iglesia, bordeando la girola, se accede a la capilla de san Segundo. Echar una moneda para encender la iluminación, merece la pena.
Palacio de los Dávila.
Esta ciudad está llena de palacios. Pero palacios peculiares. Nada de esos de cine. Son medievales, pétreos, duros, fríos, austeros. Algunos de ellos son hoy museos (Los Deanes), hoteles (Valderrábanos o Los Velada, ambos junto a la Catedral), salas de exposiciones adquiridos por entidades financieras (Los Serrano) o edificios de administraciones públicas (Diputación provincial o el palacio de Justicia, junto a la iglesia de La Santa).
Pero yo me quedo con el de los Dávila. No se puede visitar, solo grupos organizados. Es privado y vive gente, supongo que sus dueños. Estar en su interior, durmiendo entre sus paredes, debe ser como vivir en otro tiempo, transportarte a épocas de conquista y romance, de luchas y festines, de nobles y vasallos.
Cuando ya no podáis más de ver tanto arte y tanta piedra de otros tiempos, meteos en algún bar, en cualquiera y tomaros un buen pincho, y si la pasta llega para un chuletón... ni te cuento.